Sin Comentarios
15
noviembre
FALTA DE AIRE (9)

21

            – ¿Qué ocurre? ¿Por qué tanta urgencia?

            Estaban en la Sala de Juntas de la clínica privada de D. Miquel.

            Norberto volvió a preguntarse cómo no pulverizaba de una vez a aquel zascandil de Joan. Le enfermaba su estupidez, su prepotencia, su endiosamiento que le hacía suponer que podía disponer libremente de las vidas de los demás. Igual que el otro inepto de sus socios, D. Miquel, quien por sus modos de hablar parecía convencido de las opiniones de Joan, un pelele que ni siquiera tenía ideas propias.

            Norberto era más sincero. Sabía muy bien lo que se hacía y lo hacía por dinero, pero al menos no trataba de auto convencerse de que estaba realizando un bien común. Sus socios sí. Aquel envanecimiento rayaba en la hipocresía. Le recordaba a los médicos hitlerianos que asesinaban a prisioneros o los esterilizaban a mayor gloria de la raza.

            – ¿No leéis los periódicos? -preguntó de mal humor.

            ¡Qué iban a leer!

            Se sorprendió cuando le contestaron que sí. En aquel caso eran más estultos de lo que pensaba.

            – ¿Y bien? -la voz le salió agria-. ¿No sabéis sumar dos y dos?

            Por toda respuesta D. Miquel se pasó cuidadosamente la mano por su bien peinado cabello negando con la cabeza y Joan… bueno, mejor no tocarlo.

            ¡Con tres millones de habitantes en Barcelona y tenía que buscarse aquellos dos socios!

            – Han robado en varias farmacias…

            – ¿Y qué? -interrumpió Joan.

            ¡Qué hombre más grosero! ¿Cómo se atrevía a hablarles de aquel modo? Se notaba que no tenía su categoría, y mucho menos la de D. Miquel. Aquel Norberto tendría más dinero que entre ellos dos juntos, pero la clase no se consigue con dinero, es algo que se obtiene con el nacimiento.

            La verdad es que Joan empezaba a cansarse de sus aspavientos.

            – ¡¿Y qué?! ¡Han sido chicos! Inmediatamente después que ese mocoso se os escapara. ¿No os dice nada?

            – ¿Y qué? -repitió con suficiencia Joan alisándose su impoluta bata blanca-. ¿Qué pueden hacer? Ese chico está muerto. El último disparo lo hice yo.

            Norberto le tendió, poniéndoselo justo debajo de las narices, con cara de chiste ácido, unas hojas.

            Con una mueca Joan se vio obligado a retroceder para coger las hojas y verlas bien.

            – ¿Qué es? -preguntó D. Miquel.

            – La lista, que he conseguido, de lo robado en todas las farmacias. ¿Qué ves en común? -preguntó a Joan.

            – En todas han robado Ringer-Lactato, entre otras cosas que también se repiten. Pero éste es el único que aparece siempre en todas las farmacias.

  1. Miquel se irguió en su asiento.

            – Ese producto es para contener un shock hemorrágico.

            – Puede ser casualidad -murmuró Joan. La voz le falseaba. Empezaba a sentir miedo a ser descubierto. Él, Joan, primer hijo de los B., una familia influyente y respetada…

            Temía más por el honor mancillado de su nombre que por él mismo. Y total, ¿qué había hecho? Trabajar por el bien común de la sociedad. ¡Ah, pero eso la chusma no lo comprendía! Y menos cuando la clase implicada era privilegiada, la gentuza disfrutaba más cuando era un pudiente el que caía al suelo que si fuera otro pobre.

            – No existen las casualidades -afirmó Norberto-. Sabían lo que se hacían. Estaban siguiendo las instrucciones de alguien.

            – ¿Un médico? -preguntó con horror Joan.

            – ¿Quién sino?

            – Ningún médico en sus cabales intervendría a nadie de no ser en un hospital

            – ¿De qué te sirven tus neuronas? Antiguamente no existían hospitales, los médicos operaban en cualquier sitio, incluso en el campo de batalla.

            – Así iban las expectativas de vida de sus pacientes -repuso Joan con fatuidad.

            – Morían por infecciones, no por impericia -comentó Norberto-. Con los antibióticos actuales es difícil que ese chico muera. El tipo ese sabe muy bien lo que se hace. Es peligroso.

            – ¿Pero qué médico se metería en un lío así?-se preguntó D. Miquel-. Jugarse su carrera, su porvenir… por unos miserables, que no importan a nadie, y que serían más felices fallecidos que vivos.

            – Y si no es médico -Joan no admitía algo tan descabellado en la profesión médica-. Un ATS experimentado tiene poco que envidiar a un médico, aunque no alcance su categoría ni conocimientos.

            – O un estudiante avanzado… -formuló D. Miquel.

            – Podría ser -Joan aceptaba la posibilidad-. Hoy en día las Facultades admiten a cualquiera.

            – ¿Te crees que todos los médicos son como tú? -Norberto no pudo evitar un tono tenso. Aquel empampirolado acababa con sus nervios.

            Paseó un instante pensando antes de añadir:

            – No podemos hacer nada más que esperar. Así que tened a toda vuestra gente vigilante a que den el primer paso. No quiero más muertos -recalcó-, no quiero que se ataque a ningún chaval…

            – Pero el jovencito que está esperando sus riñones… -interrumpió D. Miquel escandalizado por el riesgo de jugar con aquella inocente vida.

            – Derívalo a otro hospital. Pon cualquier excusa. Es demasiado peligroso. La policía está muy nerviosa y revuelta con lo que pasó ayer aquí, después que tuvisteis la ocurrencia de llamarla acusando a aquel chico de robo…

            – Había demasiados testigos, no quedó más remedio.

            – No me importa. No quiero que husmee más por aquí. Te digo que está muy alterada con lo ocurrido y todos esos robos. Podría llegar a sospechar algo. El comisario no es ningún imbécil. Que se tranquilice. Hay que dejar pasar el tiempo -Miró atentamente a Joan-. ¿Te has enterado bien? No mates a ningún crío más.

            Joan iba a replicar cuando llamaron a la puerta.

            – Adelante -dijo D. Miquel.

            La puerta se abrió lentamente entrando una enfermera.

            – Hay un joven que desea verle.

  1. Miquel se ajustó sus lentes nerviosamente.

            – ¿Quién?

            – Es un estudiante. Ha comentado la posibilidad de realizar prácticas aquí.

            – Dile que espere ahora voy.

            Se volvió a sus socios cuando cerró la puerta.

            – ¿Qué pensáis? -la voz era preocupada.

            – No me gusta. Ve a ver qué quiere y ten cuidado.

 

 

22

            Era meterse en la boca del lobo, pero había que actuar. Los muchachos que siguieron a los que se llevaron a Iván le habían dado la dirección del hospital. No quedaba más remedio que entrar en él. Lo que no se podía admitir era quedarse con los brazos cruzados a ver el rumbo que llevaban los acontecimientos. No. Había que moverse y tratar de forzarlos para su conveniencia.

            Le entraron ganas de fumar un cigarrillo, pero se contuvo. Recordaba haber visto el letrero de no smoking (también podía haberlo escrito en castellano el sibarita del dueño) a la entrada.

            Paseó la mirada por el despacho del director. Un alarde de buen gusto, sí señor. Estaba acostumbrado a ver los despachos del hospital de San Pablo tan funcionales que aquel refinamiento le resultaba chocante. No entendía de estilos de muebles, pero la madera se veía buena, y aquellas filigranas y matices, y aquellos cuadros, de los  cuales lo único que le sonaba eran los nombres de los autores… Una joya, pensó.

            No sabía si sentarse o estar de pie. Por último decidió quedarse como estaba. Era lo mejor. Dada la categoría de quien poseía algo tan valioso.

            Se ajustó la corbata sintiéndose incómodo. Incluso la chaqueta le estorbaba. Hacía demasiado calor y estaba acostumbrado a llevar ropa más ligera.

            La puerta se abrió.

            El hombre tenía un aspecto respetable. Su cabello era gris, pulcramente peinado con raya a la izquierda. Corbata de seda en juego con el valioso traje que cubría con la resplandeciente bata, la más blanca que había visto jamás. La actitud, digna. Todo un señor, pensó Dani. Pero tuvo una sensación rara al estrecharle la mano, que era sudorosa. Instintivamente le entraron ganas de secarse la mano en la chaqueta cuando D. Miquel se la liberó.

            – Me ha dicho la enfermera que le agradaría realizar prácticas.

            La voz aflautada le hizo gracia a Dani, aunque no dejó que se reflejara en su rostro.

            – Sí, doctor. Ya sabe lo que sucede en las Facultades, estamos muchos estudiantes y lógicamente saturamos el hospital. Es muy difícil poder realizar todas las prácticas que le gustaría a uno.

            El tono era sincero y la excusa plausible.

  1. Miquel se sentó e hizo una seña con la pálida mano invitando a que Dani hiciera otro tanto. Dani obedeció musitando un cortés agradecimiento.
  2. Miquel le estudiaba el rostro. Había sospechado desde el primer momento, pero el aspecto inocente de aquel joven le hacía dudar.

            – ¿En qué sección le gustaría realizarlas?

            Ahora comenzaba lo difícil.

            – A ser posible en Urgencias. Creo que es el mejor sitio, por la variedad de casos que se pueden ver. En las otras especialidades únicamente se ven casos de dicha especialidad y, la verdad, creo que limita mucho para un médico.

            Hasta él mismo se sorprendía por su interpretación y su bien modulada voz, en la que había desaparecido cualquier rastro de su acento aragonés.

  1. Miquel se desconcertó. Si hubiera solicitado Cirugía habría sabido a qué atenerse.

            – ¿No va a presentarse al MIR? ¿No le interesa ninguna especialidad?

            – Microbiología -mintió desconcertándole aún más.

            – Aquí no tenemos dicha especialidad.

            Dani hizo un gesto de desaliento.

            – Bueno, en cierto modo -se interrumpió y añadió lo más resignado que pudo-. De todas formas no habrá inconveniente que pueda estar en Urgencias, ¿verdad? Se lo agradecería y trabajaré bien, no tendrá queja de mí, le doy mi palabra.

  1. Miquel pareció convencido. Lo intentó por otro sitio.

            – ¿No preferiría mejor una rotación por las diversas especialidades?

            A Dani se le iluminó el rostro.

            – ¿De verdad? ¿No tendría inconveniente? -la voz le vibraba de genuina emoción-. Oh, no sabe cuánto se le agradezco. En otras clínicas, en que he estado, siempre me han puesto pegas. Le prometo que no se arrepentirá. Haré lo que me pida.

  1. Miquel ya no supo qué pensar.

            Se disculpó asegurando que tenía mucho trabajo. Sí, claro, era comprensible. Dani le pidió perdón por interrumpirle. No lo molestaría más. Podría empezar mañana, afirmó el médico. Dani sonrió nuevamente y se lo agradeció con toda el alma.

            Al salir D. Miquel cogió el teléfono interior y marcó el número de la Sala de Juntas. Contestó Norberto y escuchó atentamente el proceso de la entrevista.

            – Es él -concluyó.

            ¡Oh, imposible! D. Miquel estaba bien seguro. Norberto estaba equivocándose. El chico era sincero. Además era educado y con clase. Aunque no conocía a su familia, con toda probabilidad sería de las mejores. Su forma de hablar, su porte, su distinción… Era algo que no podía fingirse. No, aquel joven nada tenía que ver con aquellos descamisados… ¿Porqué le llamaba imbécil?

            Su rostro se alteró. ¿Es que acaso dudaba de su capacidad de juzgar a la gente? Debía de saber, señor mío, que estaba acostumbrado a tratar con todo tipo de pacientes, sabía muy bien cuando uno era de buena familia o simplemente lo aparentaba.

            – Es él -insistió Norberto perdiendo la paciencia-. Sería demasiada casualidad. Ha venido a husmear. ¿Tienes la dirección?

            – No.

            – Hazle seguir. Averigua lo que puedas. ¿Dónde están esos dos payasos?

            – Abajo, descansando. Han estado toda la noche buscando a aquel chico.

            – Despiértalos. Que lo sigan y averigüen quién es.

 

 

23

            En la calle Dani estaba convencido de haberle engañado. Volvió a preguntarse si estaría implicado. Qué lástima que Iván siguiera inconsciente. Sería muy importante que les pudiera informar de lo que hubiera visto en el hospital. Bueno, ya habría tiempo. Afortunadamente evolucionaba favorablemente.

            Lo que más miedo le daba ahora era alguna posible infección. Le había administrado una gammaglobulina antitetánica y una dosis de vacuna. Sus primeras inyecciones al fin. Se preguntó risueño la cara que habrían puesto las enfermeras de saberlo. Ahora le administraban antibióticos de amplio espectro. Penicilina. Había sido un riesgo, puesto que no sabía si Iván era alérgico o no. Pero que él supiera la eritromicina no estaba en inyectable. ¡Además, que narices! Después de aquella noche se creía capaz de cualquier cosa.

            Ojo. Aquello era peligroso.

            El no era un superhombre. Igual que Maimónides rogó a Dios de que apartara de él la idea de que todo lo podía.

            Bueno, el caso es que se había arriesgado con penicilina inyectable y tuvo la suerte de que no apareciera ninguna reacción alérgica y muchos menos un shock anafiláctico.

            ¿A santo de qué venía todo esto?

            ¡Ah, sí! De si D. Miquel estaba implicado o no.

            Al principio había dudado. Tenía un aspecto de un caballero tan amable y educado. Pero aquella mano… un estremecimiento le recorrió por la columna vertebral. Había sido como acariciar a un reptil.

            No debía dejarse llevar por sus sensaciones. Francesc necesitaba pruebas, no sospechas.

            La oferta de rotar por las especialidades le daba pie para fisgonear por la clínica sin levantar sospechas. D. Miquel había tenido un fallo grave.

            Detuvo sus pasos.

            Aún estaba cerca del hospital.

            Sacó lentamente un cigarrillo y lo encendió para despistar.

            En la puerta, sin que lo hubiera advertido, D. Miquel le señalaba al “Chino” dándole instrucciones.

            De pronto Dani olía a encerrona.

            Más que un fallo de D. Miquel podía ser una trampa. Abría la jaula para ver qué pasos daba.

            Siguió caminando.

            Detrás el “Chino” y Albert hacían otro tanto. El último le hablaba de que le conocía y fue contándole su última conversación. El “Chino” aguzó el oído al saber que conocía a Santi.

            Estaría vigilado, se decía Dani. Estuviera donde estuviera en la clínica iba a estar vigilado.

            Bajó las escaleras del Metro soltando el nudo de la corbata. Se la quitó con un suspiro de alivio. Luego se quedó en mangas de camisa, remangándoselas y llevando la chaqueta bajo el brazo.

            No tenían muchas pruebas, pero empezaban a ser importantes. Conocían la clínica donde, posiblemente, se realizaban los trasplantes clandestinos, aunque dudaba que todos los médicos que trabajaban en ella tuvieran algo que ver. No. El único D. Miquel. Quizá como mucho alguno más. Pero aún así debía tener otros socios.

            La idea de las desapariciones de chicos sanos y los asesinatos de los enfermos, por llamarlos de alguna forma, seguía rondándole por la cabeza.  Ambos casos tenían que estar relacionados, sería demasiada casualidad que ambos fueran el resultado del azar.

            ¿Qué más sabían? El nombre completo de D. Miquel. Había leído sus dos apellidos en la placa chapada en oro, que poseía encima del escritorio. A través de la guía telefónica podían averiguar su domicilio. Habría pues que poner vigilancia al hospital, a su domicilio y hacerle seguir. El les llevaría a los demás.

            Entró en el Metro.

            Los otros hicieron lo mismo.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *