Sin Comentarios
18
octubre
FALTA DE AIRE (5)

 

11

            Eran las seis de la mañana cuando Dani sacó a Francesc de la cama.

            – Hay otro muerto -las mismas palabras de Rashid fueron los buenos días que le dijo tan pronto lo oyó por el portero automático.

            A los pocos minutos estaba en el piso. Francesc, enfundado en una bata, torció el gesto al reconocerlo.

            – ¿Se trata de una broma?

            Dani, sin afeitar y aspecto cansado, frunció las cejas.

            – ¿Tengo pinta?

            Le puso al corriente de todo. De sus hallazgos y del trato hecho con los chicos vagabundos.

            La idea del bromazo volvió a pasar por la mente del policía. Era lo más absurdo que había oído en su vida. Pero algo, quizá el aspecto o los ojos o el tono de voz, no lo sabía bien, de Dani le demostraba que no se chanceaba.

            – Eso es intrusión.

            – ¡No me venga con monsergas! -cortó Dani-. Aunque pusiera a toda la policía de Barcelona en pie de guerra esos chicos no estarían seguros y usted lo sabe. Los únicos que pueden protegerles son ellos mismos. Así que no empiece con intrusismos, le estoy haciendo un favor. Considérelos una fuerza auxiliar. Son espabilados y no se les escapará nada a sus ojos. Y menos por la cuenta que les trae.

            – Está poniendo en peligro sus vidas.

            – Es verdad. Hasta ahora estaban seguros. Pobrecitos.

            – No me venga con sarcasmos. Además se olvida que los asesinatos son por la noche.

            – Van a hacer turnos de vigilancia. Le repito que no son idiotas. Hasta, por carambola, se podría descubrir también quién es el que los rapta para traficar con sus órganos.

            – Está enterado de todo, ¿eh?

            Francesc estuvo meditando un instante. Ya no se podía retroceder. Así que lo más rentable sería aprovechar aquello. En parte aquel metomentodo tenía razón.

            – Bien. Ya está hecho. Adelante. Pero sálgase usted de esto y no se inmiscuya más.

            – Los chicos no hablarán con usted. No se fían de la policía.

            – Pues peor para ellos -empezaba a estar cansado de tanta tontería.

            – No sea imbécil -Dani sonrió mordaz (a Francesc se le antojó, sin saber porqué, siniestro) antes de añadir-: Hace cuatro años no le dio ascos utilizar a un chico.

            Inconscientemente Francesc volvió la vista hacia el dormitorio, donde dormía su esposa. Cuando se dio cuenta del gesto enrojeció. Miró intensamente a Dani.

            – ¿Qué sabe de eso?

            – Más de lo que imagina.

            Ahora vio palidecer al comisario.

            – Va a casarse -añadió cruelmente-, por si le interesa.

            Dani cuando se lo proponía sabía ser un perfecto borde; Iván podía aprender mucho de él.

            Francesc dudó antes de preguntar.

            – ¿Dónde está?

            – Eso no le importa -el tono fue otra vez suave.

            Aún no había olvidado a aquel muchacho, reconoció el comisario. Todavía no sabía qué le había pasado con él. Nunca se había sentido atraído por los de su propio sexo, ni antes ni después, pero con aquel chaval había perdido la cabeza. Hubiera dejado todo por él, familia, trabajo, todo. Santi había tenido mejor juicio. Pero es que el adolescente no le amaba. Ahora comprendía que Santi siempre había actuado obligado por las circunstancias. Cuando el chico se fue y entendió esto se sintió un miserable al obligarle creyendo que Santi sentía lo mismo; no es que hubiera empleado la fuerza, lo que forzó al muchacho había sido mucho más sutil que todo aquello: el agradecimiento de haberle sacado de aquel pozo, donde estaba metido, de drogas y prostitución. Francesc había sido feliz con su matrimonio y estuvo un tiempo indeciso entre éste y Santi hasta el día que no pudo más. Tampoco Santi podía más. No era homosexual y creía haber pagado ya con creces. Además debía huir porque Ángel y otros de la banda estaban buscándole. Así que se fue. Así de sencillo. Se fue.

            No había vuelto a saber nunca más de él. Su esposa no supo nunca nada de esto y seguían siendo felices. Sin embargo, la imagen de Santi seguía apareciendo periódicamente en su cabeza, aunque cada vez más nebulosa.

            – Se equivoca si piensa que deseo algún mal a Santi -murmuró.

            – Entonces razón de más. Santi ha rehecho su vida. No le interesa enfrentarse con los fantasmas del pasado. Y a usted tampoco.

 

 

12

            Montse se sobresaltó al oír el grito.

            – ¡Salvaje!

            La enfermera arrebató la jeringuilla a Dani y lo sacó a empujones al pasillo de Urgencias.

            Dani no chistó estaba acostumbrado.

            – ¿Otra vez?

            El joven sonrió a la chica. Montse tenía veinte años y una cara que se le transformaba completamente al sonreír, y ahora lo hacía visiblemente divertida.

            – ¿Cómo voy a aprender a poner una inyección si no me dejan?

            – Los enfermos no son conejillos de indias.

            – Es que ella tampoco se deja.

            Montse rio.

            – ¿Para qué quieres poner una inyección? Estamos nosotras.

            – No siempre vais a estar -contestó sentándose a su lado-. No sé qué clase de médico voy a ser. Sólo nos enseñan pilas y pilas de síntomas y diagnósticos.

            – También medicamentos.

            – Sólo ha recetarlos, y las dosis, claro. Pero si un día he de poner una inyección igual la pongo en la nariz. No nos enseñan eso. A veces creo que estamos aquí para convertirnos en señoritos. El trabajo duro lo tenéis vosotras.

            – Sois muchos estudiantes y pocos médicos. El sistema de enseñanza no da para más. Tenéis que espabilaros vosotros.

            – Ya lo intento, pero es que no me dejan. Las enfermeras al menos -suspiró-. Ya sé que los enfermos no son animales de experimentación, pero si no aprendemos con ellos, ¿con quién? Pobre del que caiga en nuestras manos recién salidos de la Facultad.

            – No seas tan derrotista.

            – ¿Cómo voy a tomarlo?

            – Habla con el médico de guardia.

            – No puedo. He discutido con él.

            – ¿Otra vez?

            Dani asintió con la cabeza mirando al suelo.

            – No resisto cuando empieza a hablar. Comprendo que un catalán sea catalanista. Pero no él.

            – Pues es de tu tierra, aragonés.

            – De cualquier sitio podría ser. ¡Pues no me viene hablando de los condes-reyes y de que la bandera aragonesa es catalana!

            – Pero es así.

            – ¡Montse por favor! En todos los documentos de la época se habla del rey de Aragón, nunca de condes-reyes. Y luego, cuando los catalanes estaban en guerra contra Juan II de Aragón, quemaban la bandera de cuatro barras diciendo que no era catalana. ¿Y ahora resulta que sí lo es? -terminó con impertinencia.

            – Oye, que yo soy catalana.

            – Por eso no discutiré contigo, ¡pero con él sí! ¡Fanático, rediós!

            – La paja en el ojo ajeno.

            – Yo no soy fanático.

            – Sí lo eres. Lo eres en todo. Te crees que tienes la mente abierta, y es cierto. Coges todo tipo de información, lo analizas, lo cotejas, lo piensas; no eres de ideas cerradas, hasta que llegas a tus propias conclusiones y te vuelves un fanático de éstas. Ya nadie tiene razón salvo tú.

            Dani la miró a los ojos, chungón.

            – Me estás poniendo como un trapo.

            – Lo malo es que nadie es capaz de demostrar que estás equivocado. Tienes toda clase de argumentos y recursos para rebatir a tus adversarios…

            – Míralo, ahí viene.

            Se les acercaba un hombre de treinta y cinco años y aspecto abernardado.

            – M’han dit que l’examen serà oral. A veure si tens tanta impertinència amb mi aleshores. Ho tens mal, noi.

            – Contrimostra que no lo me’n sabo.

            Mantuvieron la mirada como dos críos pequeños. El médico de guardia se marchó.

            – Malparit! -oyó Dani que susurraba.

            – Carizaino! -murmuró él lo bastante alto como para que el otro le oyera.

            Montse le miraba con cara de guasa apoyando la mejilla en una mano.

            Dani señaló al médico de guardia con un dedo.

            – ¿Qué te parece? Me viene aquí amenazando.

            – Que más vale que empieces a estudiar y rápido.

            – Montse…

            – ¿Qué?

            – ¿Por qué, si soy tan fanático como dices, me gustas tanto si eres catalana?

            – Tú no sé. Yo creo que cada uno tiene un defecto que le imposibilita ser perfecto. Tú eres mi defecto.

            – Según el diccionario, defecto es la imperfección natural o moral de algo -le acarició con un dedo el antebrazo- ¿En qué parte me tienes catalogado? ¿En lo innatural o en lo inmoral?

            – En su sinónimo: la nulidad.

            – Pues ten un poco de caridad por este inútil, dame un besito aquí -se señaló los labios-, pero que sea de tornillo -añadió con picardía.

            – Montse, ve a la cama siete y tómale las constantes -ordenó la enfermera jefe.

            Montse, auxiliar de clínica, se levantó y dejó plantado a Dani con un guiño.

 

 

 13

            Así que era médico.

            Iván se pasó el dorso de la mano por la nariz.

            Habían empezado los contactos para crear la red y frente a algunos entusiastas, la mayoría no terminaba de verlo claro. Rashid demostró ser un personaje sumamente persuasivo y carismático. Tenía algo de líder e incluso algunos chicos mayores de edad, dieciséis, diecisiete años empezaban a aceptarlo como tal, algo impensable antes.

            Él en cambio ejercía de abogado del diablo. Iván reconocía la necesidad de formar aquella red, pero no terminaba de convencerle. No conocía a aquel Dani y sospechaba algo. No sabía el qué. Además, no sabían nada de él, quién era, a qué se dedicaba, ¿cómo es que conocía a Albert y no parecía estar metido en nada sucio? Lo último le escamaba, no tenía sentido. Dani debía estar involucrado en algo. Era cierto que parecía honesto, pero los peligrosos no eran los lobos, sino los que se vestían con traje de ovejas.

            Así que había estado siguiéndole.

            Ahora resultaba que era médico. Lo había visto pasar en dos ocasiones por la entrada de las ambulancias a Urgencias vestido con aquel ridículo pijama verde de cirugía.

            Hizo una mueca.

            Médico. Aquello no hablaba mucho en su favor. Los médicos eran malos bichos. Estos eran los primeros involucrados en el tráfico de bebés y de órganos. ¿Qué podían esperar, pues?

            Pidió limosna a una mujer, que entraba en el hospital, para dar de comer a sus hermanos, su padre no trabajaba y él no sabía robar. La mujer pasó indiferente.

            – Mala puta -masculló.

            Debía dar la noticia a los otros. Rashid no prestaría mucha atención, era excesivamente confiado, pero a los demás les haría recapacitar.

            La red se podría hacer de todas maneras, pero mejor sería no contar con aquel hombre. Podía ser una perfecta trampa, o aprovecharse de su ingenuidad, después de todo eran críos. Lo de ingenuo no le hacía gracia, pero era cierto. Pese a su picardía aún les quedaba mucho que aprender y Dani no parecía ningún pardillo, sabía muy bien lo que quería y como conseguirlo.

            – ¡Chico! Vete de aquí o avisaré a un guardia.

            Tenía pinta de bedel.

            Su presencia andrajosa daba mal aspecto al hospital.

            – ¡Vet’al peo, mamón! -replicó no excesivamente ofendido.

            – ¡Granuja!

            El hombre se acercó amenazadoramente.

            Iván se alejó de espaldas sin prisas cerrando el puño y levantando el dedo mayor hacia el cielo.

            El bedel desde la verja amenazó con el puño gritando algo sobre que no le viera nunca más por allí.

            La gente iba y venía sin prestar atención.

 

 

14

            El médico de guardia desvió la vista hacia Montse. La auxiliar estaba apuntando las constantes vitales en la ficha del enfermo.

            – ¿Cómo puedes salir con ése?

            – Es un buen chico.

            – Es un imbécil.

            – Es consecuente.

            El Dr. Sierra (él firmaba Serra) frunció las cejas extrañado.

            – ¿Qué quieres decir?

            – Que si se comporta como un imbécil es que lo es.

            No había ningún tipo de tonalidad en su voz, pero la absurda respuesta hizo sospechar al médico que existía burla.

            – Ya veo que se te apegan sus malas costumbres.

            – No doctor, es que me ha hecho una pregunta difícil de responder. ¿Qué por qué salgo con él? Porque le quiero. ¿Por qué le quiero? No sabría responder, quizá porque el amor es ciego. La verdad es que Dani es como un niño y usted, perdone que se lo diga, no sabe tratar a los niños.

            – Félez no es ningún niño y más le valdría marcharse de Cataluña si piensa así. Los catalanes no necesitamos gente como él.

            – Usted no ha nacido en Cataluña.

            – Un hombre es del sitio donde le dan de comer, donde vive y trabaja, donde ha formado su hogar y nacido sus hijos.

            – Usted quiere ser más papista que el Papa. No le critico, créame, soy catalana y me gusta. Pero Dani es… diferente.

            – No sé cómo le aguantas.

            – No tocando para nada este tema. Es un acuerdo tácito entre los dos.

            No le gustaba el cariz que tomaba la conversación. Montse dijo una excusa y salió a Recepción.

            En cierto modo el Dr. Sierra llevaba razón, pensó, pero era difícil definir a Dani en aquel sentido. Dani amaba a Cataluña, amaba su cultura, su iniciativa, su lengua. Pero le reventaban los catalanistas, porque afirmaba que no podía ser aragonesista y ver con buenos ojos que en los Países Catalanes incluyeran la franja oriental de Aragón o que se exigiera el trasvase del Ebro antes de que Aragón hubiera solucionado sus problemas de regadíos. En realidad no es que se opusiera. Sostenía que primero Aragón hiciera sus embalses y se trasvasara después del agua sobrante, o bien que hicieran dicho trasvase pero cogiendo el agua del Ebro una vez estaba ya en tierras catalanas, pero nunca que se hiciera desde tierras aragonesas.

            Desde su punto de vista Dani tenía razón. Pero también el médico de guardia. Opinando como opinaba lo mejor sería que se fuera de Cataluña.

            Entonces surgía el problema de Montse. Si Dani se iba ¿le seguiría ella? Montse era de Barcelona, le gustaba la capital y le hacían poca gracia los pueblos. Dani nunca sería médico de ciudad. Y si se quedaba allí, lo haría por ella.

            Era un problema que tarde o temprano tendrían que solucionar y a ambos les daba miedo tener que afrontarlo. Por lo pronto lo ignoraban, como ignoraban el fanatismo estúpido, sandio, necio y cretino de la nacionalidad. Porque además lo cierto era aquello, Dani reconocía que el sentimiento de nacionalidad era lo más idiota que podía poseer un hombre, y más si era médico.

            Un médico debía atender al hombre, tuviera las creencias que tuviera, naciera donde hubiera nacido, lo amara o lo odiara. Debía atenderlo. Si no era estúpido hacerse médico.

            El sentimiento nacionalista era un sentimiento egoísta y el egoísmo era lo más dañino que podía tener el ser humano. El egoísta sólo se ama así mismo y odia todo aquello que no sea él.

            La Medicina está reñida con el egoísmo, no puede ser egoísta, no debe serlo, es incompatible.

            De esto se daba Dani perfecta cuenta. Pero era algo que aún no conseguía superar. Como decía Montse, todo ser humano tiene un defecto. El suyo era aquel. Al menos su defecto principal. Porque también era vanidoso. Le gustaba que los enfermos o quien fuese hablara bien de él y de su trabajo. Vanidad de la que se daba perfecta cuenta y de la que se avergonzaba y se auto obligaba a ser humilde (alguno lo habría tildado de falsa humildad y él no habría sabido defenderse al respecto).

            En definitiva, Dani era sumamente autocrítico, le habría gustado ser perfecto y sabía que no lo era, teniendo la virtud o el defecto de reconocer todos sus errores. No se aceptaba tal como era, con el tiempo se iba acostumbrando a sí mismo al darse cuenta que nada era blanco o negro sino gris, que lo bueno y lo malo se entremezclaban siendo imposible una separación tan radical como la que a él le hubiera gustado, pero no se aceptaba y dudaba que algún día llegara a hacerlo.

            ¿Qué por qué salía con él? Montse sonrió divertida. Realmente no lo sabía a ciencia cierta. Dani era un lobo solitario, de esos que nunca forman camada, que no se resignan con comer, beber, trabajar y vivir. Quería más, era un idealista, con los pies en la tierra, pero idealista. Y era dominado por sus ideales. Un soñador.

            Dani la vio aparecer. Aún sonreía. A Dani le pareció una sonrisa extraña, meditabunda. Miró sus rasgados ojos oscuros buscando algún indicio de sus pensamientos. Y se dijo que no era hermosa, con aquellos ojos achinados, la nariz ligeramente respingona y una boca un poco grande para su rostro. Pero no la hubiera cambiado por nada del mundo, sobre todo cuando sonreía, porque entonces adquiría un aspecto picaresco y dulce.

            Se habían conocido dos años antes en el baile de carnaval del hospital y después habían coincidido en varias ocasiones cuando las clases de prácticas del joven. No fue un amor a primera vista, sino algo tranquilo y sosegado a medida que congeniaban sus caracteres. Dani tardó casi un año en decidirse para pedirle salir con ella y unos segundos en darse cuenta que había aceptado.

            En aquel entonces ella también era estudiante. Ahora ya había terminado y trabajaba en el mismo hospital con su recién logrado título de Auxiliar de Clínica. Le había costado lo suyo y nunca quiso enredarse con ningún chico para no descuidar los estudios, así que la misma indecisión de Dani ayudó a que ella le aceptara. De haber querido correr posiblemente le hubiera dado calabazas y lo hubiera lamentado, porque entonces Dani no habría insistido más. Conocía bien su orgullo en este sentido.

            – ¿Ocurre algo? -preguntó cuando llegó a su altura.

            Lo dijo con tanto sentimiento que Montse no pudo evitar besarle.

 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *