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10
septiembre
SAN MACARIO - Patrón de la Villa de Andorra (4)

EL MUNDO CUANDO VIVIO SAN MACARIO (3)

 

2.- SITUACIÓN RELIGIOSA (2)

2.8.- Año 325 – Concilio de Nicea

2.8.1.- Los participantes en el concilio: el emperador y los obispos

 San Macario era un adolescente cuando el emperador Constantino, que había unificado el Imperio, decidió unificar también el cristianismo, a imagen del propio Imperio Romano. Este concilio, por tanto, no fue convocado por la Iglesia o uno de sus obispos, sino por el propio emperador de Roma, el cual hasta el último día de su vida fue un pagano adorador del “Solis Invictus” (Sol Invicto) como había sido su padre. La pretensión posterior del obispado de Roma de ejercer una primacía jerárquica sobre el resto de la cristiandad[1] está basada en este deseo de uniformidad imperial, un ejemplo de la misma es que las provincias eclesiales debían corresponderse con las provincias imperiales (“diócesis”)[2].

Para la unificación convocó en Nicea un Concilio Mundial (Ecuménico).

En su Vida de Constantino Eusebio de Cesárea nos describe el acontecimiento:

Allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios, de Europa, Libia (es decir, África) y Asia.  Una sola casa de oración, como si hubiera sido ampliada por obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios y árabes, delegados de la Palestina y del Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de Mesopotamia.  Había también un obispo persa, y tampoco faltaba un escita en la asamblea.  El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a sus obispos más distinguidos, junto a los que vivían en las zonas más recónditas de Tracia, Macedonia, Acaya y el Epiro.  Hasta de la misma España[3], uno de gran fama (Osio de Córdoba) se sentó como miembro de la gran asamblea.  El obispo de la ciudad imperial (Roma) no pudo asistir debido a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron.

Constantino no se limitó a citar a los obispos; su intromisión en el concilio fue constante: lo dirigió, participó y aportó ideas siempre que le fue posible[4]. Siendo pagano, como era, el cristianismo le importaba un pimiento, hablando claro. Sus intenciones eran otras. Para él el cristianismo era una herramienta para conseguir el proceso unificador que estaba creando en el Imperio. Había logrado que sólo hubiera un emperador, una ley y una ciudadanía para todos los hombres libres. Sólo faltaba una religión única en todo el Imperio. Para ello era necesario que hubiera igualmente una sola Cristiandad, uniformada al máximo posible y unida a la otra gran religión pagana: la del dios-solar (la suya), consiguiendo así un injerto de ambas.

Es cierto que de esta última afirmación no hay nada en el concilio, pero sus otras actuaciones, como el traspaso de ornamentos paganos al cristianismo, según nos da a conocer su biógrafo Eusebio, indican que tal era su intención a largo plazo.

Pero si bien para Constantino el único interés del concilio era político, para el resto de participantes tenía suma importancia. Para comprenderla recordemos que varios de los presentes habían sufrido cárcel, tortura o exilio poco antes, y que algunos llevaban en sus cuerpos las marcas físicas de su fidelidad.  Y ahora, pocos años después de aquellos días de pruebas, todos estos obispos eran invitados a reunirse en la ciudad de Nicea, y el emperador cubría todos sus gastos.  Muchos de los presentes se conocían de oídas o por correspondencia.  Pero ahora, por primera vez en la historia de la Iglesia, podían tener una visión física de la universalidad de su fe.

En este ambiente de euforia, los obispos se dedicaron a discutir las muchas cuestiones legislativas que era necesario resolver una vez terminada la persecución.  La asamblea aprobó una serie de reglas para la readmisión de los caídos, acerca del modo en que los presbíteros y obispos debían ser elegidos y ordenados, y sobre el orden de precedencia entre las diversas sedes.

 

2.8.2.- El principal tema del concilio: Cristo, ¿es o no es Dios?

 

En el curso de sus sesiones, mantenidas entre el 20 de mayo y el 25 de julio, se impuso la tesis católica[5]. No se conservan las actas del Concilio de Nicea, hasta hay quienes dudan de que se redactaran protocolos de las sesiones. Lo que sabemos nos ha llegado gracias a escritos de los miembros del concilio y de algunos historiadores. Después de debates muy vivos[6], el concilio condenó la herejía de Arrio y, tras adoptar algunas enmiendas y adiciones, adoptó el Símbolo de la Fe (el Credo), donde, contrariamente a la doctrina de Arrio, Jesús era reconocido como Hijo de Dios, no creado, consustancial con el Padre.

El Símbolo de Nicea fue aceptado por varios obispos arrianos. Los más obstinados discípulos de Arrio, y Arrio mismo, fueron expulsados del concilio y puestos en prisión. El concilio resolvió las demás cuestiones pendientes y se disolvió después. En carta solemne que se remitió a todas las comunidades, se hizo saber a éstas que la paz y el acuerdo habían sido devueltos a la Iglesia. Constantino escribió: Todos los proyectos que el demonio había meditado contra nosotros han sido aniquilados a la hora de hoy. El cisma, las disensiones, las turbulencias, el veneno mortal de la discordia, todo eso, por la voluntad de Dios, ha sido vencido por la luz de la verdad.

La realidad no confirmó las hermosas esperanzas de Constantino. La condenación del arrianismo por el concilio de Nicea no sólo no puso fin a la disputa arriana, sino que incluso fue causa de nuevos movimientos y nuevas dificultades. En el mismo Constantino se notó luego un cambio neto en favor de los arrianos. A los pocos años del concilio Arrio y sus partidarios más celosos fueron llamados del destierro. La muerte repentina de Arrio impidió su rehabilitación. En vez de él fueron exiliados los defensores católicos del Símbolo de Nicea. Si el Credo no quedó desautorizado y condenado, se le olvidó a sabiendas y en parte se le substituyó por otras fórmulas.

Es muy difícil establecer con exactitud cómo se creó esa oposición tenaz contra el concilio de Nicea y la victoria católica, o cuál fue la causa de tal cambio en el ánimo de Constantino. Examinando las diversas explicaciones que se han propuesto, y donde se hacen intervenir influencias cortesanas, relaciones íntimas o familiares u otros fenómenos, acaso quepa detenerse en la hipótesis de que Constantino, cuando quedó solucionado el problema arriano, ignoraba los sentimientos religiosos del Oriente, que en su mayoría simpatizaba con el arrianismo.

El emperador, que había recibido su fe en Occidente y se hallaba bajo el influjo del alto clero occidental — como, por ejemplo, de Osio, obispo de Córdoba— hizo elaborar en ese sentido el Símbolo de Nicea. Más éste no convenía del todo al Oriente. Constantino comprendió que las declaraciones del concilio de Nicea entraban en oposición con el estado de ánimo de la mayoría de la Iglesia de Oriente y los deseos de las masas; desde entonces comenzó a inclinarse hacia el arrianismo. En los últimos años de su gobierno el arrianismo penetró en la corte. De día en día se afirmaba con más solidez en la mitad oriental del Imperio. Varios de los propugnadores del Símbolo de Nicea, es decir, los católicos, perdieron sus sedes episcopales y pasaron al destierro.

Constantino pese a todo continuó siendo pagano toda su vida y cuando, ironías de la Historia, se bautizó en el lecho de muerte, lo hizo bajo la doctrina arriana.

 

2.8.3.- Los Evangelios Canónicos

 

Se aceptaron por buenos[7] los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan y se rechazaron todos los demás. No obstante, todo hay que decirlo, el canon ya estaba bien establecido y definido desde el siglo II por la inmensísima mayoría de las diferentes comunidades Cristianas Primitivas que defendían las tesis católicas. Cabe señalar al respecto que en aquélla época existían al menos 270 versiones del Evangelio, aunque hay otras fuentes que aseguran la existencia de 4.000 Evangelios diferentes.

La elección de los Evangelios Canónicos fue tan milagrosa como curiosa. Se decidió que las copias de los diferentes Evangelios se colocasen debajo de una mesa en el Salón del Concilio. Luego todo el mundo abandonó la habitación, que se cerró con llave. Se pidió a los obispos que rezaran toda la noche pidiendo que las versiones más correctas y fiables del Evangelio de Jesús aparecieran sobre la mesa.

Lo que no se sabe es quién guardó la llave del Salón del Concilio aquella noche.

A la mañana siguiente, los Evangelios más aceptables para el concepto cristiano según el catolicismo —Mateo, Marcos, Lucas y Juan— estaban cuidadosamente colocados sobre la mesa. Entonces se decidió, a fin de facilitar el asunto, que se quemaran los demás Evangelios que aún quedaban bajo la mesa.

A partir de entonces, la posesión de alguno de los evangelios rechazados se convertiría en delito capital.

Peor aún, con el tiempo la Iglesia llegaría a prohibir incluso la lectura de los propios Evangelios canónicos, cuando no fueran comentados por algún director espiritual. El clero llegaría a divorciarse tanto de su  verdad revelada que sólo impidiendo la lectura de la Biblia llegó a sentirse a cubierto de críticas[8]. Uno de los pecados más imperdonables de Martín Lutero para la Iglesia Católica fue defender la lectura de la Biblia por el pueblo llano. Las penas de la Iglesia por leer la Biblia durante la Edad Media fueron decapitación para los hombres y enterramiento en vida para las mujeres  cuando lean, compren o posean cualesquiera libros prohibidos por los teólogos[9], entre los cuales estaban, sobre todo, las versiones de la Biblia en lengua vulgar, es decir no escritas en latín. El Concilio de Trento (1545 – 1563) concretamente tomó una disposición contra los protestantes, que admitían como única autoridad la de las Escrituras y afirmó que la Tradición (o sea, las interpretaciones de los Padres de la Iglesia, los Papas y los Concilios) constituye, con las Escrituras uno de los fundamentos de la fe, y que el único texto auténtico de la Biblia es la Vulgata, traducción latina hecha por San Jerónimo, sobre un texto griego del siglo IV.

Ilustración 4 – Cristo quemando libros paganos conservando sólo los Evangelios que están en el estante de la izquierda (mosaico en el Mausoleo de Gala Placidia)

2.8.4.- Fin del Concilio del Nicea

 

Una vez acabadas las sesiones del concilio, Constantino celebró el vigésimo aniversario de su ascensión al imperio e invitó a los obispos a un espléndido banquete, al final del cual cada uno recibió ricos presentes. Varios días después el emperador solicitó que tuviera lugar una sesión final, a la cual asistió para exhortar a los obispos a que trabajaran para el mantenimiento de la paz; se encomendó a sus oraciones y autorizó a los padres de la Iglesia a que regresaran a sus diócesis. La mayor parte de ellos se apresuró a hacerlo así para poner en conocimiento de sus respectivas provincias las resoluciones del concilio.

            Sin embargo, si bien fue la base sobre la que se erigiría después todo el catolicismo posterior, no consiguió que se acercaran las posturas de las distintas ramas cristianas. Los arrianos se fueron tal y como habían venido y continuaron manteniendo su posición enérgicamente. Es más, diversos obispos, como el de Nicomedia, Calcedonia y la propia Nicea, tras la disolución del Concilio, hicieron saber públicamente que sólo habían firmado la Profesión de Fe, por temor al emperador y deseaban retractarse.

2.9.- La Iglesia es cosa de “hombres”

2.9.1.- Jesucristo, defensor de la mujer

 

Pocos años antes del nacimiento de San Macario había finalizado una de las mayores luchas internas del cristianismo: expulsar a la mujer del sacerdocio.

Jesús de Nazaret había sido un ferviente defensor de la mujer frente a la sociedad misógina judía de la época en que vivió. Aunque el hecho no se observa con claridad en los Evangelios canónicos, si se estudian con detenimiento queda bien patente:

  • Las primeras personas a las que se aparece tras la Resurrección son mujeres anteponiéndolas a los hombres.
  • En la Crucifixión le acompañan cuatro mujeres. De hombres tan solo uno.
  • Jesús solicita una proclamación de fe a Pedro (Mateo 16 : 15 – 20), pero otro tanto hace con Marta de Betania (Juan 11 : 25-27), colocando a ambos en pie de igualdad.

Hay muchos más pasajes que indican el trato de igualdad de Jesús hacia las mujeres. Como dato curioso cabe destacar que la palabra mujer aparece en los Evangelios 109 veces, mientras que hombre (entendiendo éste como varón, no como ser humano) tan solo 47, según da a conocer Pepe Rodríguez[10].

Los Evangelios gnósticos (no aceptados y perseguidos durante siglos por la Iglesia) aún son más explícitos. Así, en el Evangelio de Tomás podemos leer:

Simón Pedro les dijo: “Que María[11] nos deje porque las mujeres no son dignas de la Vida”

La respuesta de Jesús no puede ser más tajante: Yo mismo la guiaré para convertirla en varón de manera que ella también se convierta en espíritu viviente semejante a vosotros los varones.

Algo parecido hallamos en el Evangelio de María:

 (Pedro) les preguntó acerca del Salvador: “¿Realmente habló privadamente con una mujer[12] y no abiertamente con nosotros? ¿Vamos a preocuparnos y a escuchar a ella? ¿Acaso Él la prefirió a nosotros?”.

Esta vez es Mateo Leví quien responde: Pedro, siempre has sido acalorado. Ahora veo que estás enfrentándote contra esta mujer como si fuera un adversario. Pero si el Salvador la consideró digna, ¿quién eres tú para rechazarla? Seguramente el Salvador la conoce muy bien. Por eso la amó a ella más que a nosotros.

2.9.2.- El clero, perseguidor de la mujer

 

Mientras que en los distintos Evangelios vemos que Jesús colocaba a la mujer en igualdad al hombre, no ocurre tal en las epístolas de San Pablo, el cual negaba incluso que la mujer fuera un reflejo de Dios; dicho reflejo era el hombre; la mujer tan solo era un reflejo del varón (Epístola a los Corintios).

Es más, en un párrafo capcioso y ambiguo, en donde se concluye sí, pero no, San Pablo escribe: En efecto, no procede el hombre de la mujer, sino la mujer del hombre. Ni fue creado el hombre por razón de la mujer, sino la mujer por razón del hombre (1ª Corintios 11: 8 – 9)[13]

No obstante diversos estudiosos consideran el párrafo transcrito una falsificación que se añadió después de morir San Pablo.

Qué duda cabe que, en una sociedad que tenía como base el predominio generalizado de lo masculino la supuesta postura de San Pablo era la que más interesaba. Aún así sus epístolas nos dan una visión de la situación de la Iglesia primitiva a los pocos años de vivir Cristo: las mujeres trabajaban con San Pablo en igualdad de condiciones y menciona los nombres de Evodia y Síntique (que lucharon por el evangelio), Prisca, Febe (diákonos de la Iglesia de Cencreas). Y lo mismo dice de Trifena, Trifosa y Pérsida, de Cloe, Claudia, Loida y Eunice, la madre de Rufo. Pero por encima de todas destaca Junia (apóstol, considerada apóstola por los Padres de la Iglesia, pero convertida en varón en la Edad Media al no poder admitir el clero que una mujer hubiese sido apóstol junto a Pablo y tomada como ilustre entre los apóstoles[14]. En efecto, en el medioevo se cambió el nombre femenino “Junia” por el masculino “Junias” para evitar el ¿escándalo? de que una mujer hubiera sido apóstol.

Saludad a Andrónico y a Junia, mis parientes y compañeros de cautiverio, que son muy estimados entre los apóstoles y fueron en Cristo antes que yo (Romanos, 16: 7)[15]

Incluso un misógino como Juan Crisóstomo (nacido en el año 347)  escribió de Romanos 16:7: ¡cuán grande es la devoción de esta mujer que ella debería ser contada como digna de ser denominada apóstol!

2.9.3.- La mujer que fue apóstol

 

El tema de que una mujer fuera considerada por San Pablo como apóstol es tela marinera si tenemos en cuenta la definición de la palabreja de marras. De acuerdo con una visión bíblica fundamentalista, lo que se relata en la Biblia indica que son tres las características necesarias para ser llamado Apóstol:

  • Haber visto a Jesús.
  • Haber sido escogidos y enviados por Jesús.
  • Haber sido testigos de Jesucristo resucitado

Escogidos y enviados por Jesús.

¿Ocurrió? ¿Jesús escogió a una mujer como apóstol y no únicamente hombres? ¿Y si eligió a una, no elegiría a más? Las preguntas son incordiantes y más si las unimos a los evangelios gnósticos. Recordemos por ejemplo, la categoría que tiene María Magdalena en ellos.

No obstante, no todos los reconocidos como apóstoles por la Iglesia católica cumplen dichos requisitos, ya que también se les llama así a los evangelizadores, como por ejemplo Bernabé y San Francisco Javier (apóstol de las Indias). Así que, como mínimo, aquella mujer fue evangelizadora y de lo que no hay duda es que tenía la misma categoría jerárquica que San Pablo o Bernabé.

Hay otro punto interesante respecto a esta insigne mujer: cuando Pablo habla de Junia, dice que ella llegó a Cristo antes que él. Ahora bien, sabemos que Pablo se convirtió poco después de la resurrección de Jesús. Y si Junia lo hizo antes, quiere decir que ella debió de haber sido una de las primeras personas convertidas al cristianismo y probablemente una de las fundadoras de la Iglesia de Éfeso, donde vivía con Andrónico, el cual según algunos exegetas podría ser su esposo.

Si analizamos esta última cuestión vemos que Junia se convirtió a Cristo cuando Pablo era todavía un perseguidor de los cristianos. O sea que formaba parte de los cristianos más antiguos, es decir, de los misioneros de vanguardia, denominados apóstoles, a los que se les otorgó una autoridad importante, y a los que el propio Pablo se agregó más tarde cuando se convirtió.

Por su antigüedad en la fe cristiana, Junia debió de haberse convertido en Palestina. Quizás fue discípula directa del propio Jesús. Acaso era de aquellos judíos que viajaron a Jerusalén con motivo de Pentecostés, y que aceptó la fe gracias a la predicación de Pedro (Hechos de los Apóstoles). O tal vez pertenecía al grupo de más de 500 hermanos que vieron a Cristo resucitado antes que Pablo (1ª Corintios 15:6)[16].

Esa fue la realidad, mujeres que fueron misioneras, líderes, apóstoles, ministros del culto, que fundaron iglesias y ocuparon cargos en ellas…

Demasiado fuerte para la soberbia y la arrogancia de nosotros, los varones.

Ilustración 5 – Andrónico, Atanasio y Junia

2.9.4.- El hombre gana, la mujer pierde

 

A finales del siglo I y en los siguientes se inició la batalla por la supremacía masculina en la Iglesia. En esta época los Padres de la misma escribieron lindezas como:

San Tertuliano (160-230) afirmaba: Cada mujer es una Eva que continúa atrapando a los hombres en el pecado de la carne. Es por culpa de Eva que la imagen de Dios, o sea el varón, se perdiera. El varón fue creado primero a imagen de Dios, la mujer fue creada en segundo lugar y a imagen del varón. Creada de parte del cuerpo masculino, el único propósito de su existencia es servir al varón.

San Juan Crisóstomo (345-407) enseñó: Las mujeres son sepulcros blanqueados, llenas de pus, flemas y todo tipo de impureza.

San Jerónimo (340-420) opinaba: Eva fue la responsable del pecado de Adán, y por tanto culpable de la expulsión del Edén.

San Agustín (354-430) decía: La mujer no ha sido creada a imagen de Dios, ya que solo el varón es imagen de Dios. El pecado original del varón viene de la tentación de la mujer. Por lo tanto la mujer es culpable de la existencia del pecado.

Cuando nació San Macario ya no existían sacerdotisas cristianas e incontables teólogos y obispos abogaban por la inferioridad de la mujer y – contrariamente a todo lo permitido en los primeros años de la Iglesia primitiva – reclamaban la exclusión de las mujeres de todo ministerio eclesiástico[17].

            De esta forma, entre el siglo I y el IV las mujeres desaparecieron de la jerarquía de la Iglesia convirtiéndose en figurantes. Aún hoy, en pleno siglo XXI, para la Iglesia Católica siguen siendo cristianas de segunda fila, no pudiendo aspirar llegar a ser más allá que simples monjas. Una discriminación incomprensible, máxime si tenemos en cuenta que fue un Papa (San Juan XXIII) quien escribió:

En la mujer se hace cada vez más clara y operante la conciencia de la propia dignidad. Sabe ella que no puede consentir en ser considerada y tratada como un instrumento; exige ser considerada como persona, en paridad de derechos y obligaciones con el hombre, tanto en el ámbito de la vida doméstica como en el de la vida pública[18]

 

[1]  El Papa es el obispo de Roma.

[2]  Hans Küng. “La Iglesia Católica”. Círculo de Lectores. 2002.

[3] Hay aclarar el nombre de España (en latín: Hispania). España, como podemos ver en este documento ya existía, pero no era el nombre de una nación sino el de la península, y todos los nacidos en la península de España eran españoles. Este concepto existió hasta el siglo XVIII, cuando se crea oficialmente España como nación bajo el reinado de Felipe V de Borbón (anteriormente los reyes no se titulaban rey de España sino de rey Castilla, de León, de Aragón, etc., aunque en Europa a todos llamaban españoles). Hoy en día existe confusión entre España como nación y España como península. Así que, según la etimología, los independentistas no serán españoles como nación, pero siempre lo serán como peninsulares.

[4]  Fue Constantino quien sugirió que se incluyera el término “consustancial” en el Símbolo de Nicea, es decir que el Hijo y el Padre eran de la misma naturaleza. Sin embargo, no parece que interviniera en la elección canónica de los Evangelios.

[5]  Aunque el Arrianismo fue el tema principal hubo otras tendencias, también catalogadas como heréticas, que se trataron en Nicea.

[6]  En la exposición de Eusebio de Nicomedia (no confundir con Eusebio de Cesárea) defendiendo los conceptos arrianos sobre la humanidad y no divinidad de Cristo, se oyeron gritos de ” ¡blasfemia!”, ” ¡mentira!” y “¡herejía!”, Eusebio tuvo que callar, y se nos cuenta que algunos de los presentes le arrancaron su discurso, lo hicieron pedazos y lo pisotearon.

[7]  Es decir, el Canon.

[8]  Desde 1299 las autoridades eclesiásticas del sur de Francia prohíben que los laicos posean cualquiera de los libros integrantes del Nuevo o el Antiguo Testamento.

[9]  Antonio Escotado. “Historia General de las Drogas”. Espasa Calpe S.A. 1998.

[10]  Pepe Rodríguez. “Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica”. Ediciones B. 1997.

[11]  María Magdalena.

[12]  Se refiere a María Magdalena.

[13]  Versión de la Biblia de Jerusalén. La de Nacar – Colunga aún es más misógina: “ni fue creado el varón PARA la mujer sino la mujer PARA el varón”.

[14]  Pepe Rodríguez. “Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica”. Ediciones B. 1997.

[15]  Versión de Nacar – Colunga.

[16]  P. Ariel Álvarez Valdés. “¿Hay en la Biblia un apóstol mujer?”. EL LIBERAL.com.ar. Julio 2008.

[17]  Han Küng. “La Iglesia Católica”. Círculo de Lectores. 2002.

[18]  Papa Juan XXIII. “Pacem in Terris”. Carta Encíclica. 1963.

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