Sin Comentarios
07
noviembre
Extracto de

Los tres primeros capítulos pueden leerse gratuitamente en la página de venta.

 

La habitación estaba adornada con un original de Tiziano y algunas copias de Gauguin. Un escritorio estilo Luis XV y diversas sillas a juego. La libreria era valiosa, tanto en su elaboración como en su contenido con algunos raros ejemplares de codices medievales. El techo alto, como correspondía a un piso de primeros de siglo. Una inmensa araña colgando del techo y que oscilaba cada vez que pasaban los tranvías por la calle, cuando éstos aún existían. Ahora sólo se balanceaba cuando los Metros se cruzaban en el subsuelo.

Cada vez que estaba en aquel despacho Joan B. se decía que algún día tendría uno igual. Su familia no tenía la tradición del anfitrión. Se había enriquecido en los tiempos del extraperlo permitiéndoles concederle una buena educación. Pero nada más. Su padre seguía siendo el mismo payés sin cultura e ingenio de siempre. Nunca había poseído gusto, a pesar de su olfato para los negocios, tanto legales como ilegales. Aunque en aquel tiempo todo el que hubiera sido algo avispado se habría enriquecido fácilmente. El que no lo hizo fue porque no quiso.

Don Miquel F. hacía retroceder sus orígenes hasta los mismos condes Armengol de Urgel, aunque, por vicisitudes históricas, el apellido se había perdido hacía unas generaciones. En realidad, el único Armengol de su familia aparecía documentado en tiempos de la Renaixença, cuando pidió un cuantioso prestamo con que construir su empresa. Había tenido una hija, cuyo marido fue el creador de toda la fortuna familiar a medida que iba arruinando a las otras industrías que competían en el sector. Cuando la guerra civil su padre había sacado toda la fortuna de España reingresándola posteriormente con lentitud, a pesar de haber sido un ferviente franquista, como anteriormente fue un convencido catalanista.

Norberto M. en cambio se había hecho así mismo, tan pronto emigró a Cataluña veinte años atrás, sabiendo aprovechar el boom de la emigración nacional en provecho propio. Suya había sido la idea de asociarse en aquel negocio, del que presumía tenía mucho futuro en vistas de las expectativas mundiales. Y aunque se reunían en el domicilio de D. Miquel, el mayor accionista y presidente era él.

– ¿Por qué nos has reunido? -preguntó Joan.

– Porque está ocurriendo algo -repuso Norberto brillándole la calva a la luz de la araña-. Hay movimiento.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó con su voz aflautada D. Miquel.

– Los chicos se están reorganizando.

– ¡Bah! No durará.

Norberto pensó que su padre podría haber sido un Einstein de los negocios, pero Joan era un mamacallos

– ¿Por qué se organizan? -inquirió D. Miquel.

– No lo sé. Pero no me gusta que coincida con lo que ha estado haciendo este imbécil.

Joan se llevaba la copa de licor a los labios. Detuvo el movimiento.

– La limpieza étnica no está reñida con el deporte -murmuró cínicamente, aunque creía sinceramente en sus palabras.

Bebió un sorbo.

– Estás haciendo peligrar todo el negocio -manifestó Norberto-. En todo este tiempo nadie hacía nada por los niños vagabundos desaparecidos, hasta que has empezado a matarlos. La policía está husmeando y ahora los chicos se organizan. No me gusta.

Joan se encogió de hombros.

– La policía no tiene ninguna pista -contestó con petulancia-. Y en cuanto a los chicos, todos sabemos cómo son. Pendencieros y volubles. Te repito que no durará.

Norberto se secó el sudor de la calva con el pañuelo.

Joan hizo un mohín.

– Sí si hay alguien detrás.

Don Miquel pareció preocuparse.

– ¿Estás seguro?

– ¿Cómo se explica sino? -Norberto hablaba rápidamente-. Los chicos no tienen la suficiente capacidad como para pensar algo así y llevarlo a la práctica. No. Hay alguien detrás dirigiéndolos.

– ¿La policía?

– No creo. Le tienen demasiado miedo. Ningún policía podría acercarseles a menos de cien metros.

– ¿Entonces quién?

– Es lo que hay que averiguar. Si es tan listo como creo lo conocerán pocos chicos, quizá alguno de los jefecillos o alguno más.

Miró nervioso a Joan que jugaba tranquilamente con el nudo de la corbata. Aparentemente ausente de la conversación.

– Hemos de coger a uno de éstos -prosiguió- e interrogarle. Puede peligrar toda la operación. Y tú -señaló a Joan con el dedo. El aludido dejó la corbata tranquila-, deja de matar; que la policía se olvide de todo.

Don Miquel se irguió en el asiento.

– Muy bien, hablaré con mi gente, que averigüen quienes son los cabecillas y traeremos a uno. ¿Qué haremos después con él?

– Si está sano, lo de siempre. Hay un muchacho que necesita urgentemente un riñón.

– ¿Por qué no me dejas que siga disparándoles? -consultó bobaliconamente Joan-. Es divertido. Sobre todo si te descubren e intentan huir, entonces existe hasta emoción.

– ¿Tengo que repetirtelo? -Norberto empezaba a perder la paciencia.

– Hay algo que no entenderé nunca -interrogó D. Miquel-. ¿Cómo es que eres socio de la Protectora de Animales? ¿Cómo puedes llorar porque maten a la foca ártica y asesinar fríamente a un crío?

Joan le miró sin comprender muy bien la pregunta.

– Las comparaciones son odiosas -comentó-. Por otra parte también los matas tú en el quirófano.

– No es lo mismo. En mi caso es para salvar las vidas de gente decente a costa de esa escoria.

– Con tus buenos beneficios.

– Esa es otra. Pero tú matas por matar y sin sacar ninguna ganancia a cambio.

Joan bebió otro sorbo. Tamborileó los dedos en la copa.

– Sí saco. Satisfacción. Además, sólo mato a los que no sirven para nada. A los drogadictos, tarados o demasiado débiles. A los sanos los dejo. Estos al menos aún son útiles, poco o mucho, a la sociedad con sus trasplantes. Pero los otros… ni para esto valen, son sólo una carga.

Había hablado pausadamente.

– Nunca creí que un médico hablara así -dijo Norberto.

– Los médicos, querido amigo, estamos para velar la salud y el bienestar. Sin embargo, mantener con vida a toda esa pandilla de ablandabrevas es perjudicial para las personas honradas. Roban, matan, viven parasitariamente de las gentes decentes. ¿Has ido ultimamente por el Metro? Causa horror. Es una vergüenza, un foco de enfermedades. Son perjudiciales, sí, perjudiciales para la salud de nuestras gentes, al igual que todos los subnormales y tarados que nacen son perjudiciales para la economía. Pero bueno… ya he dicho que las comparaciones son odiosas. Porque éstos últimos son inocentes de su condición. Los pobrecillos sufren también. Imagínate que tienes un hijo con trisomía 21. Ahora hay escuelas sí, pero sirven para poco en lo que te voy a decir. Tienes ese hijo, lo cuidas y mantienes. El día que tú faltes, ¿qué será de él? Nadie se querrá hacer cargo, excepto la beneficiencia. En estos casos es más misericordioso que muera. El aborto es, pues, un bien de Dios, que nos libra de una serie de compromisos. Pero los que han nacido, ¿qué hacemos con ellos? En general poca cosa, porque el Estado con una mal entendida caridad los protege legalmente. Pero con estos otros, éstos que son como son porque así lo quieren ellos mismos, con éstos sí. Como has dicho son escoria. Los sanos aún son útiles. Gracias a ellos pueden vivir personas, que de otro modo morirían. Pero los enfermos, los viciosos… son perjudiciales, nocivos, que atacan a la sociedad, a la misma sociedad que condescendiente les da de comer. A los sanos, bien, cuidémoslos, son útiles como la abeja que nos da miel o el ganado carne; a los demás… hemos de eliminarlos, son dañinos como el anopheles, que sólo transmite enfermedades. ¿Qué hay de malo compaginar el bien común con el deporte?  ¿No sabéis que enfermedades que creíamos extinguidas regresan ahora con virulencia y que afectan ya a una tercera parte de la humanidad? Y que los mendigos, los alcohólicos, los drogadictos y todos los marginados sociales, todos esos desharrapados, son las primeras víctimas de las nuevas epidemias y un foco peligroso de transmisión hacia las gentes decentes.

Sonrió beáticamente antes de proseguir.

– Los médicos somos una especie rara. Los hay imbéciles que dan su vida por los demás con estupidez romántica creyendo que hacen un bien a la humanidad. En realidad no dan ningún provecho a la sociedad, a no ser que por su culpa aumentan los gastos de sanidad. Luego estamos los otros, los que queremos realmente el bien de la sociedad aplicando nuestra ciencia para eliminar toda especie de parásitos. Esto la chusma no lo comprende. Le horroriza saber, por ejemplo, que se ha raptado a un niño para darlo en adopción, sin darse cuenta que ese pequeño estará mejor atendido y más feliz en su nueva casa; o se escandalizan si tienen noticias de lo que hacemos, hasta que sus propios hijos precisan de esos órganos. Entonces ya les parece bien, entonces ya no preguntan nada, ni quieren saber de dónde vienen o a quién pertenecen. De todo lo cual se deduce que la plebe no sabe lo que quiere y, por ende, es hipócrita.

– Es ignorante -dijo D. Miquel piadosamente.

– La ignorancia no es excusa cuando es voluntaria. Si un corazón nuevo te salva la vida no preguntas qué suerte corrió su antiguo dueño. No te interesa. Lo importante es que tú estás vivo. Así que cierras tus ojos y oídos. Además, los donantes no son gente respetable ni honesta. Son una cuadrilla de muertos de hambre a quienes, por otra parte, es una obra de clemencia la que hacemos evitándoles los sufrimientos de una vida que desperdician, que no saben aprovechar, echando a perder este precioso don. En realidad nunca debieron haber nacido. Y si lo han hecho es porque Dios Nuestro Señor, en su divina Providencia, los puso ahí para que con sus órganos pudieran salvar las vidas de otros seres mejores de ellos.

– Cinismo no te falta -murmuró Norberto.

Joan clavó en él sus ojos metálicos.

– Estoy hablando en serio -replicó fríamente.

 

 

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